23 noviembre 2010

UPyD y un plato de lentejas

Algunos durante esta campaña catalana han acusado a Unión Progreso y Democracia de ningunear a Ciudadanos, de negarse a pactar una oferta electoral común, de dividir el voto constitucionalista... La tónica es presentar a Ciudadanos como víctima de un partido advenedizo que quiere sustituirlo en su espacio natural. Lo cierto es que quienes estuvimos en Ciudadanos sabemos que, cuando Rosa Díez, Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán y otras personalidades fundaron UPyD, en la comparación entre los respectivos liderazgos y equipos, con todos los respetos, no había color. Posteriormente la comparación de las estructuras y el desarrollo interno y parlamentario de ambos partidos nos daba también la razón a quienes habíamos optado por UPyD; pero es que fundamentalmente estamos hablando de proyectos: uno es nacional y el otro abiertamente regional, uno es transversal y el otro apuesta en sus Estatutos por hacerle la competencia exclusivamente al PSC...

La constatación de estas diferencias justificaría por sí sola la oferta separada; pero es que tampoco hay duda de la conveniencia de mantenerse firmes en la solitaria -a veces incómoda- posición en que se ha situado Unión Progreso y Democracia desde su fundación. A nadie de Ciudadanos, ni de ningún partido, se le ha negado la entrada en UPyD, porque desde luego no estamos hablando de una incompatibilidad ideológica si entendemos el concepto de ideología como se entendía tradicionalmente. A lo que UPyD sí se ha negado, y entiendo que debe seguir haciéndolo con respeto pero con tozudez, es a participar en compromisos regionales al uso -aquello de "yo te apoyo en Madrid y tú me apoyas en Barcelona". Ésta sería, como demuestran fehacientemente las trayectorias del PSOE y del PP, la mejor manera de convertirse en otra confederación de partiditos con intereses contrapuestos dependiendo de dónde nos presentásemos, e incapaz por tanto de defender a escala global el interés común: justo lo que España no necesita.

En UPyD debemos ser muy conscientes de que, si perseveramos en este punto de vista con nitidez, más temprano que tarde el electorado lo reconocerá. A efectos de regeneración democrática, contar con un partido no nacionalista de implantación sólo regional es no contar con nada: sin ánimo de señalar, pero sin eludir tampoco el hecho de que se trata del partido con el que algunos insisten en vano en que rivalicemos, Ciudadanos, se ponga como se ponga, no puede influir en la política nacional ni promover reformas de fondo como las que deseamos. De hecho ya lo ha demostrado durante toda una legislatura autonómica. Un partido regional, en el mejor caso, obtendrá un puesto en el reparto de sinecuras, pero jamás podrá poner contra la pared a las instituciones nacionales, que son las que tienen en su mano la llave de las reformas estructurales. Los ciudadanos que de verdad desean la curación de España esperan oír hablar de un proyecto nacional, es decir, de UPyD. Como decía un amigo sabio, cada libro encuentra tarde o temprano su lector. Y -esto ya lo añado yo- es mejor escribirlo bien y despacio que pronto y mal, porque en vez de un clásico que influya en las generaciones venideras obtendríamos un bestseller de verano con alguien guapo desnudo en la cubierta. Y no queríamos eso.

En cuanto a las recientes encuestas, la cosa está bien clara y cuadra precisamente con todo lo que acabo de decir: a los partidos viejos -y a los medios por ellos manipulados, y a los topos que se infiltraron en UPyD y hoy hacen campaña contra UPyD desde dentro- les interesa mucho más promocionar a Ciudadanos que a UPyD. Prefieren un rival menudo, sentado impotente en el rincón de su escaño regional, antes que un partido con posibilidades reales de presionar en favor del cambio que los agentes sociales más conscientes están empezando a pedir a gritos para España: la reforma radical del sistema electoral, del modelo de estado o de la educación. Sólo un partido presente en todas o buena parte de las instituciones nacionales, autonómicas y municipales será capaz de promover tales reformas y poner en tela de juicio el poder omnímodo de los partidos tradicionales. Y por ello precisamente, sospecho, las encuestas sobre las elecciones catalanas están favoreciendo al partido regional que nunca podrá emprenderlas, y los opinadores profesionales a sueldo de determinados medios lo están presentando como víctima de la incomprensión y de la ambición de UPyD, estos advenedizos... Pero no nos olvidemos nunca: nuestros rivales no son aquéllos a quienes nos parecemos, sino los grandes partidos y grupos de interés que los utilizan.

La estrategia es clamorosa y parece mentira que algunos no quieran verla. Y yo no sé si esta estrategia tendrá o no efecto a corto plazo, ni si Robles y Veciana conseguirán, como creo, su entrada en el Parlament o más bien tendremos que esperar a otras elecciones catalanas; pero en cualquier caso sabremos que no vendimos nuestra evidente primogenitura en todo este asunto de la regeneración democrática por un simple plato de lentejas. El futuro es de quien resiste; y los catalanes ya se han dado cuenta. Periodista Digital.

08 junio 2010

Carta a un amigo sobre los judíos nazis

Querido L***,

Gracias por tu mensaje. No comparto sus fines, pero me alegra en todo caso que haya servido de motivo para retomar fugazmente el contacto contigo y con tantos amigos zamoranos.

Cuando digo que no comparto sus fines no estoy hablando del conflicto palestino. Yo, como te supongo a ti, y como creo debe ser cualquier persona respetuosa con los derechos y libertades fundamentales, soy un antisionista convencido que -ingenuo de mí- sólo aprobaría el establecimiento de un estado indivisible, laico y de derecho en Palestina, donde judíos, musulmanes y cristianos conviviesen con independencia de sus religiones. Y por supuesto no hace falta powerpoint alguno para convencerme de la inmensa tristeza que hay tras las imágenes terribles que nos llegan. Sobre el conflicto palestino habría mucho que discutir; por ejemplo, sobre por qué los israelíes mantienen un cerco como el que mantienen en Gaza y no en Cisjordania.

En cualquier caso, esas imágenes que me envías significan lo que significan y no más de lo que significan. Creo que no hacemos ningún favor a quienes desean y necesitan un debate razonable y un contexto razonable para ese debate difundiendo un powerpoint que empareja fotos sepia de los años treinta y cuarenta alemanes con fotos a color de la Gaza del siglo XXI. Fotos todas ellas que denotan una violencia inhumana y condenable, por cuanto se ejerce sobre civiles indefensos. Pero hay un elemento clave que convierte en mentirosa la comparación explícita que hacéis del genocidio judío con la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania: mientras que el exterminio de los hebreos alemanes fue un fin en sí mismo, llevado a cabo en el seno de un régimen totalitario a través de acciones minuciosamente planificadas e inspiradas por una ideología racista, la represión que el Estado de Israel impone en Gaza no tiene como finalidad el exterminio de los palestinos, sino la derrota de milicias terroristas como Hamás; ni se basa en la exaltación del odio racial, sino en una estrategia estrictamente defensiva (no es momento éste de valorar qué entiende el Estado de Israel por defensa propia, ni qué entiende cada sector de la sociedad israelí); ni el estado que reprime a los palestinos es una dictadura, sino la única democracia de Oriente Medio, una democracia donde, por cierto, todos los días hay manifestaciones contra el bloqueo de Gaza y contra el Gobierno de Netanyahu y no pasa nada, una democracia donde los musulmanes pueden ir a la Universidad, beneficiarse de la sanidad pública, ser diputados del Parlamento... El emparejamiento de fotografías en blanco y negro y en color es sumamente eficaz desde el punto de vista de la propaganda, pero es absolutamente falaz y en nada ayudará a solucionar el conflicto. Antes bien estoy convencido de que envenenará a los menos informados, que llegarán a la conclusión de que efectivamente los israelíes de hoy se comportan igual que los alemanes de 1939. Si ése era el objetivo de la difusión de esas fotografías emparejadas (arrastrar a los espíritus menos críticos por la vía más irreflexiva), que los autores del montaje reciban mi entristecida enhorabuena.

Hay otro elemento que me molesta sobremanera en la campaña antiisraelí. De acuerdo con los documentos que he leído o contemplado, la secuencia es la que sigue: unos islamistas intentan romper el bloqueo naval de Gaza; puesto que han declarado intenciones humanitarias, se les ofrece una vía (el puerto de Ashdod y un cruce terrestre) para entregar los alimentos y demás ayuda humanitaria de forma que ambas partes puedan certificarlo, pero se niegan, porque en privado, además de cantar a coro el exterminio de los judíos, han manifestado su deseo de romper el bloqueo o morir mártires y marchar derechos al paraíso de las huríes; soldados israelíes desarmados abordan los barcos (en derecho internacional, es discutible que Israel no tenga derecho a hacerlo y varios internacionalistas ya se han posicionado en favor del abordaje) y los radicales los apalean y acuchillan hasta que los soldados desenfundan y se defienden, matando a varios de ellos; acto seguido se desencadena una campaña internacional contra Israel en cuyo contexto la izquierda española es especialmente combativa.

Y yo me pregunto: ¿dónde estaba la izquierda española hace unas semanas, cuando terroristas maoístas asesinaron a unas 150 personas en un tren de la India? ¿Por qué no hubo manifestaciones? Me pregunto más: ¿cuándo se ha manifestado la izquierda española tras alguna de las numerosas ejecuciones de adúlteras, homosexuales, cristianos o demócratas en Irán y otros países islámicos? También: ¿por qué la izquierda española -esa misma que apoyó la cruzada del juez Garzón contra un dictador muerto hace treinta y cinco años- no se ha manifestado jamás contra la más que probada, cotidiana y vigente represión del régimen castrista contra las libertades y derechos más elementales de los cubanos?

Las preguntas son retóricas, porque creo tener la respuesta. El motivo es que la izquierda española, exactamente igual que la derecha española y salvo honrosas excepciones -que las hay-, es sumamente sectaria y prefiere aferrarse a sus prejuicios y mitologías antes que enfrentarse con una realidad que haría cuartear sus más profundas convicciones. Y así nos luce el pelo. Manipulaciones sectarias como el powerpoint que me adjuntas no sirven para nada positivo. Los matices, en los que el conflicto árabe-israelí es abundantísimo, son necesarios para el entendimiento, y equiparar a una de las partes enfrentadas con el régimen nazi es lo menos matizado que se me ocurre.

La prueba de que los israelíes no son monstruos hambrientos de muerte es que ayer el Rachel Corrie fue abordado sin derramamiento alguno de sangre, ya que, al contrario que en el Mavi Marmara, a bordo no viajaban unos radicales bien organizados para provocar el enfrentamiento. Sin duda, a los israelíes no les va a temblar la mano a la hora de defender sus intereses, y matarán siempre que entiendan que con ello garantizan su defensa; y sin duda habrá que demandarles responsabilidad por cada crimen y cada abuso que cometan. Pero comparar el genocidio nazi con la lucha de Israel contra Hamás es, francamente, faltar a la verdad o ignorarla. El Estado de Israel tendrá o no tendrá razón en sus posiciones, pero en ningún caso es comparable con las hordas feudales de Hamás ni, por descontado, con la Alemania de Hitler. Compararlos es mentir y privará de cualquier razón a quien lo haga. Insisto: jamás he entendido que la izquierda española (tan laica, tan defensora de los derechos de las minorías) sea tan sensible con la violencia colateral (si me permites la desprestigiada expresión) que los israelíes ejercen en Palestina y, en cambio, se muestre tan tolerante y respetuosa con culturas que de manera no colateral, sino legal y ejemplarizante, sellan el ano de los homosexuales, lapidan a las mujeres por desobedecer al hermano que las vende y las consideran impuras por menstruar; una izquierda tan crítica con los muros de Gaza y, sin embargo, tan inclinada a alianzas de civilizaciones con infames tiranos medievales en cuyos países no es que los cristianos o los judíos no puedan ir a la Universidad o al Parlamento, no; es que no existen porque sus cultos están prohibidos, y o han sido asesinados o han tenido que huir. ¿Qué extraño fetichismo le satisface el islamismo a la izquierda española, que a diario le perdona cien veces más violencia que toda la que no puede perdonar a Israel? ¿Es el marchamo de antioccidental lo que lo prestigia a sus ojos? ¿Es que un discurso tan tontorrón, tan sumamente desprovisto de matices y, por tanto, tan alicorto y tan dañino debe recibir alguna atención por nuestra parte? Yo creo que no, así que procuraré seguir siendo antisionista, pero no antijudío, y antiislamista pero no antimusulmán; que luego pasa lo que pasa y seguirá pasando, como poco, varias décadas.

En fin, L***, lo dicho: un placer recibir noticias tuyas aunque discrepemos. Un abrazo a ti y a todos. Periodista Digital. El Faro Balear.

18 mayo 2010

No puedo firmar en favor de Garzón

Recibo una de esas invitaciones de Avaaz.org. La presente campaña persigue 150.000 firmas "pidiendo que se garantice la independencia del poder judicial y se respeten las leyes aplicables en los casos contra el juez Garzón", firmas que se entregarán en su día en el Tribunal Supremo y en el Consejo General del Poder Judicial. He contestado al remitente los párrafos que siguen y que resumen mi postura frente a este triste caso.

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Estimado Luis (y compañeros de Avaaz):

Presentas el caso como si Garzón fuese víctima de una arbitrariedad perpetrada por motivos ideológicos. Nada más lejos de la realidad.

Es falso que, como se suele afirmar, el derecho internacional sobre Derechos Humanos anule la Ley de Amnistía de 1977. En aquella fecha España no había ratificado ningún tratado ni convención que obligase al Estado a perseguir aquellos delitos, de modo que la Ley de Amnistía fue perfectamente válida en su momento y extinguió las correspondientes responsabilidades penales. La Constitución, por otra parte, ofrece argumentos contra la derogación de la Ley de Amnistía: el artículo 9.3 establece la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales. El Tribunal Constitucional nunca ha dudado de la constitucionalidad de la Ley de Amnistía, que todavía hoy resulta válida a todos los efectos conforme a opiniones bien fundadas. Españoles de todos los signos se dieron la Ley de Amnistía como generoso punto final a la guerra y a la dictadura. Una ley que, por cierto, contó en su día con los parabienes de gente tan poco sospechosa de simpatías franquistas como Santiago Carrillo y permitió encauzar su vida en democracia a antiguos criminales de los dos bandos. Nadie va a justificar los crímenes de la guerra y del franquismo, pero en la Transición nos dimos un instrumento de perdón recíproco que ha traído a España consecuencias muy positivas.

Si de todos modos no fuera así, Garzón no sería el único juez que lo percibiese. Faltando Garzón, el sistema judicial proveerá un sustituto que podrá continuar con los procesos abiertos. Perdóname, pero insinuar que a Garzón se lo suspende para evitar la investigación de la trama Gürtel insulta la inteligencia de los ciudadanos.

Lo cierto es que el juez Garzón se ha saltado a la torera la ley. No hay delito peor que el cometido por quienes, habiéndose comprometido a hacer valer las leyes, infringen éstas a sabiendas. Se llama prevaricación, y si la hay da igual que lo haya señalado un grupo de ultraderecha, un grupo de ultraizquierda o una asociación filatélica. Será o no prevaricación de acuerdo con criterios objetivos, no ideológicos. Personalmente opino que Garzón ha hecho grandes servicios a España, pero también que se ha creído por encima de la ley y del decoro. Solicitar el certificado de defunción de Francisco Franco fue sólo el episodio más cómico de su delirio.

Por otra parte, no hay nada más antidemocrático que cuestionar la legitimidad de las instituciones cuando sus actuaciones no concuerdan con nuestra visión de las cosas, y pretender que una manifestación popular cambie el curso de un proceso judicial es llanamente golpista. El imperio de la ley exige, precisamente, que la ley se cumpla incluso cuando no nos gustan sus consecuencias. Por eso a veces queda en libertad un etarra que nadie entiende que quede libre; pero si somos una democracia, las leyes hay que cumplirlas en todos los casos. Con un etarra o con un juez antifranquista. De hecho, a los artículos que citas al pie de tu mensaje podrían añadirse cientos de artículos de especialistas que declaran impecable el procesamiento del juez. En cualquier caso, la democracia no consiste precisamente en que todo el mundo opine de lo que no entiende, sino en que todos acaten lo que las instituciones que entre todos nos dimos dicten sobre aquello que es de su estricto saber y competencia. El asamblearismo nunca resulta democrático. Que un millón de personas cargadas de razones sentimentales pero ignorantes de la ley se manifestasen ante la puerta del Tribunal Supremo no cambiaría un ápice la legitimidad de éste ni el acierto de sus sentencias.

Comprenderás que no pueda firmar ni difundir tu propuesta. Me parece un paso más en la deriva guerracivilista que nuestros políticos, especialmente los de izquierda, han acometido desde que nuestro insensato presidente de gobierno se empeñó en devolvernos a 1936. No son la crisis y la corrupción lo que deteriora nuestra democracia, porque ambas se pueden combatir desde unas instituciones fuertes; es la debilidad de las instituciones y nuestra inmadurez como pueblo lo que nos pone al borde de la república bananera, y la crisis y la corrupción son en buena medida sus consecuencias. Una gran demostración de esa inmadurez es, precisamente, el sistemático cuestionamiento de los altos tribunales en los últimos años por parte de personas e instituciones con los motivos ideológicos más variados (caso Estatut, caso Garzón).

No puedo firmar y, es más, te insto a recapacitar y retirar la iniciativa, si te importan más la paz y la justicia que la revancha.

Saludos cordiales. Periodista Digital.

06 marzo 2010

Contra los fascistas, más libertad

He anunciado en mi Facebook la próxima visita de Rosa Díez a Palma: el jueves 11 impartirá una conferencia en el Club de Opinión Diario de Mallorca y el viernes 12 hará una declaración sobre corrupción política a las puertas del Parlament de les Illes Balears. Un amigo en la red social, uno de éstos que se llaman progresistas y no entienden las libertades más que aplicadas a los buenos, pero no a los malos, escribe en los comentarios una pregunta: "¿Va a dar alguna conferencia en la Casa Gallega?", en alusión a cierta polémica absurda e interesada en torno a unas palabras de Rosa que cualquier niño de teta sin mala fe y sin manipular habría entendido en el sentido correcto.

Pero no. Tengo que contestarle que la conferencia la iba a dar Rosa hoy en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona y unos "estudiantes" nacionalistas se la han reventado, a ella y a los estudiantes que sí querían escucharla, con una violencia inaudita. Cómo sería que han tenido que dar el vídeo en los telediarios de Antena 3, la Cuatro, Telecinco y la Sexta, que normalmente no hablan de Rosa Díez ni aunque les paguen. Yo me pregunto: ¿va a condenar el Parlamento Gallego este hecho o se reserva para las expresiones coloquiales sacadas de contexto? ¿Condenaría a los violentos si en vez de apuntar a Rosa con los dedos a modo de pistolas la hubieran llamado "vasca en el sentido peyorativo"? ¿Condenará a los agresores de Roberto Blanco Valdés, a quien ponen bombas a la puerta de su casa de Santiago por defender la libertad? Los progresistas de salón podrán ver el vídeo y seguir cachondeándose, porque es muy gracioso ver cómo zarandean a Rosa y sus acompañantes y les lanzan pintura roja, cómo vuelan las papeleras a su paso, cómo la amenazan, cómo aporrean su coche hasta abollarlo y romper los faros. Graciosísimo. Podrán seguir haciendo comentarios sobre anécdotas sacadas de contexto, haciendo demagogia contra la única líder política que pone en su sitio a los demagogos. Eso debe ser mucho más inteligente y más valiente que dar la cara por la libertad de expresión. Por lo que me concierne en este debate en particular, yo estoy con Rosa Díez y con Roberto Blanco Valdés, de cuya lección de serenidad me gustaría ser digno; estoy con la libertad, con el futuro de mis hijos, con aquellos que pelean para que no pueda haber ciudadanos de primera y de segunda, ciudadanos que pueden proclamar sus ideas en paz y ciudadanos que tienen que salir escoltados de un recinto que avergüenza llamar académico porque algunos consideran sus ideas perseguibles con impune violencia mientras otros miran para otro lado. Y no estoy con los fascistas, pero ni siquiera con los que miran para otro lado, ni mucho menos con los que ríen la broma. Hay bromas que no tienen gracia. Periodista Digital. Libertad Balear.

02 febrero 2010

La imposición lingüística, ahora en los cines

Acabo de leer un debate en Internet a propósito de la medida mediante la cual el gobierno catalán pretende imponer que al menos un cincuenta por ciento de la programación de los cines se ofrezca en la lengua vernácula de aquella comunidad autónoma, lo que ha ocasionado un grave malestar en el colectivo de empresarios afectados. Como siempre, unos hablan de libertad de elección y de comercio, y otros de proteger un idioma que por sí solo -aseguran, ignorando cuarenta años de franquismo- no podría sobrevivir. Alguien, a propósito de las pintadas aparecidas en las fachadas de los cines más reacios a perder dinero ("Aquest cinema margina el català!"), las compara con los rótulos nazis de los años treinta a la puerta de establecimientos regentados por hebreos ("¡Resistid, alemanes! ¡No compréis en comercios judíos!"). Y algún comentarista critica la comparación por desmesurada. Es verdad que es contundente, pero también oportuna: las coincidencias nos resultarían bastante más evidentes si no fuera por el hecho de que sólo conocemos, horrorizados, las consecuencias históricas de una de las dos situaciones comparadas.

No es lo mismo decir "Fulano es nazi" que "los nazis empezaron haciendo cosas como las que hace Fulano". Tampoco es igual afirmar "este nacionalista es un nazi" (lo cual puede ser descriptivo) que "todos los nacionalistas son nazis" (lo cual es injusto). Sin embargo, lo importante aquí es que la pintada a la puerta del cine no aporta nada al debate democrático, ni a ningún debate; sólo puede tener el fin de amedrentar, coaccionar, señalar al que debe ser excluido de la comunidad, al que merece reprobación pública o tal vez castigo. En un estado de derecho esto corresponde a los jueces; pero al autor de la pintada el estado de derecho le da igual, porque él lo único a que alcanza a aspirar es una patria forjada en torno a un rasgo distintivo y excluyente: la lengua que él y los suyos han decidido que es la propia del territorio en el que conviven con otros que ni hablan ni opinan como él. El que pintó la fachada es, efectivamente, un fascista. Y las autoridades catalanas que no impiden ni condenan, sino que por el contrario alientan este tipo de comportamientos, son compañeros de viaje del fascista y responsables políticos de cualquier agresión que se derive de este estado de cosas. No todos los nacionalistas son fascistas, pero a mí sí me parece que todo nacionalismo implica un germen fundamentalista y totalitario sin el que no puede adquirir su sentido ni sostenerse, y que en demasiadas ocasiones deriva en imposición o violencia en alguna de sus diversas manifestaciones e intensidades. La imposición a los cines de la obligación de ofrecer al cliente contenidos en un idioma en concreto -como la previa de rotular en el mismo- pertenece a esa concepción totalitaria de cómo deben ser las cosas: "la realidad se equivoca, así que cambiémosla".

Imaginemos un país en el que la diversidad social no estribe en la lengua, sino en la religión, tal y como de hecho sucede en numerosos lugares como Bosnia-Herzegovina o Alemania. Un verdadero demócrata establecería en ese país la laicidad del Estado y la libertad de culto que permitiese que cada ciudadano (o cada comerciante, o cada consumidor) escogiese la religión en que manifestarse o relacionarse en su vida privada. En cambio, un nacionalista religioso legislaría que toda biblioteca contuviese al menos un cincuenta por ciento de libros luteranos; o que las televisiones privadas saludasen a sus espectadores al menos la mitad de las mañanas con una oración musulmana; o que en las empresas de más de diez empleados al menos la mitad de éstos fuesen católicos. Es decir: asociaría esa noción confusa -cuando no falsa- que se suele llamar identidad colectiva o nacional con uno de los rasgos sociales o culturales presentes -la religión o, mejor dicho, una de las religiones- y consideraría la preservación, la promoción y luego la imposición de ese rasgo aislado más importantes que la libertad individual de comprar, estudiar o trabajar sin más condiciones que la misma libertad y la eficacia (comunicativa, educativa, comercial, etc.). El nacionalista religioso legislaría ad hoc, dedicaría a ello cuantiosos recursos públicos y crearía además un funcionariado afín y una red clientelar lo más amplia posible, dependiente directamente de la prosperidad de los negocios vinculados con la religión, todo ello acompañado de una "política religiosa" que se acabaría imponiendo en administraciones, escuelas, medios de comunicación y todo tipo de servicios so pretexto de proteger la identidad colectiva, invadiendo sucesivamente el ámbito de lo público y el de lo privado... La religión es o puede ser un importante elemento de la personalidad individual libre, un rasgo cultural transmitido de padres a hijos que pertenece por tanto al ámbito privado y a cuyo respecto, según nos parece a muchos occidentales desde 1789, las competencias del Estado deberían limitarse a garantizar la libertad de ejercicio. La diferencia entre entender o no entender esta premisa es la que desgraciadamente ha habido entre Alemania y Bosnia. O entre la Alemania de 2010 y la de 1935. O, en fase germinal, entre respetar la libertad del prójimo y pintarle la fachada del cine con coacciones veladas.

Pues bien: el intervencionismo estatal que nos parece inimaginable y jamás toleraríamos en favor de una religión lo hemos aceptado sumisamente durante las últimas décadas en buena parte de España cuando se ha tratado de ese invento sociolingüístico de las "lenguas propias", para asombro de otros países europeos, escarnio nuestro, deterioro de nuestra libertad y quebranto de la economía, hasta el punto de amenazar hoy nuestra convivencia y propiciar manifestaciones públicas de protesta con frecuencia creciente... Sospecho, no obstante, que esto último es un signo del cambio. En nuestro país existe hoy una opción política nueva, radicalmente comprometida con las libertades y, por tanto, muy crítica con el nacionalismo, sea lingüístico o de cualquier otro tipo; y existen también ciudadanos que desean ventilar la democracia paupérrima que sufrimos: un régimen estancado en el clientelismo, el adocenamiento y el prejuicio. Sacudirnos la injusta y aburridísima tiranía de las lenguas es sólo una de las tareas pendientes, pero seguramente no la menos importante, en el camino hacia la regeneración democrática. Periodista Digital.

23 enero 2010

Semilingüismo y ciudadanos de segunda

Los conocidos casos de los niños ibicenco y valenciana, alumnos del sistema público de enseñanza español a quienes se impide examinarse en su lengua materna (la española, oficial en todo el territorio nacional), son muestra de un fenómeno insólito en Europa, que sólo se da en las islas Faeroe y en las regiones bilingües de España. Es sólo la punta visible de un iceberg que ya hace tiempo abrió una vía de agua en el barco de la igualdad.

Desde finales de los setenta (y ya ha llovido), el canadiense J. Cummins, una autoridad internacional en el aprendizaje de las lenguas, ha insistido en lo que él llama teoría de la interdependencia. Según Cummins, la competencia en una segunda lengua es, en su mayor parte, proporcional a la competencia adquirida en la lengua materna, que es factor esencial e indispensable para la adquisición de la capacidad lingüística en general y, por tanto, para la consecución de logros intelectuales, se trate de resultados académicos o profesionales. Cummins define en su teoría del umbral distintos tipos de bilingüismo: el semilingüismo, con pobre nivel en ambas lenguas, el bilingüismo con dominancia de una de las dos lenguas y el bilingüismo aditivo, con alto nivel de ambas. Frente a la adquisición sucesiva de la lectoescritura en lengua materna y de una segunda lengua (y una tercera), que según este corpus teórico conduciría a un deseable bilingüismo aditivo, la inmersión lingüística en la lengua no materna sería causa directa del semilingüismo, es decir, de una mala adquisición de las dos lenguas (tanto la impuesta por el sistema educativo como la materna) y, por lo tanto, de una reducción de las capacidades de abstracción y de resolución de problemas con consecuencias negativas para el éxito escolar y para una personalidad madura.

La inmersión lingüística de niños no catalanohablantes en Galicia, País Vasco, Navarra, Cataluña, Valencia y Baleares tiene, por tanto, consecuencias más allá de la cuestión identitaria; una cuestión que, por cierto, a nadie interesa sino a los políticos que han hecho de ella bandera y medio de sustento. Añadida a otros factores comunes al resto del sistema educativo español, la inmersión profundiza en la mala calidad de la enseñanza porque antepone objetivos políticos totalizadores (la promoción de una lengua presuntamente propia o de identidad) a los objetivos que deberían ser los prioritarios del sistema educativo (garantizar una educación densa y crítica: formar ciudadanos). Además de injusta porque atenta contra la libertad individual, la inmersión es, por tanto, profundamente inadecuada con respecto a los fines de la educación. Debido a la inmersión, como atestiguan los informes nacionales e internacionales, el notable descenso del nivel académico en universidades como la UIB o la reducción galopante de la competitividad de regiones tradicionalmente pujantes como Cataluña o País Vasco, varias generaciones de españoles han visto reducida su cualificación profesional (la real, no la reflejada en los títulos expedidos por el sistema), su competitividad laboral y su capacidad crítica con el sistema político y en el acceso a los bienes de consumo. Son ciudadanos de segunda: justo lo que necesitan esos políticos que han promovido tal estado de cosas y que, no obstante, matriculan a sus retoños en centros privados donde pueden escoger la lengua vehicular. Ciudadanos de segunda que configuran por otra parte un país poco competitivo y menos esforzado, pasto de las crisis económicas que otros países alcanzan a superar con mayor facilidad.

Ni la inmersión que defienden el PSOE y sus socios radicales ni el invento trilingüe de Feijoo y el PP resuelven este problema. Desde UPyD apelamos al sentido común: no queremos ciudadanos semilingües, ni semilibres, ni semiinstruidos. Queremos ciudadanos de primera y nuestro esfuerzo se dirigirá a garantizar la libertad de elección de la lengua vehicular en la enseñanza de sus hijos. Es nuestro compromiso desde nuestra fundación y lo llevaremos a las instituciones con la confianza de los ciudadanos. Periodista Digital.