31 diciembre 2006

Salir de casa por Navidad

Tras el rally navideño, obligado para quienes tenemos la familia repartida en distintas localidades de la Península, la vuelta a casa suele ser epítome y corolario de lo que vinieron siendo las navidades; en mi caso, el asunto se resume en una muñeca lesionada de acarrear criaturas y maletas. Volvimos con una más de las que llevábamos (maletas, no criaturas): en total cuatro, si bien, seguramente apiadada de nosotros, la compañía aérea muy amablemente nos aligeró de una de ellas, que hubo de encontrar el hogar al día siguiente por sus propios medios. También traigo un terrible mono de leer (no son fechas para estar uno consigo mismo), la espalda sembrada de dolorosas contracturas y el aparato digestivo ya imaginan ustedes cómo, no sabe uno si debido a las propiedades y generosidad de los alimentos deglutidos, a los villancicos o a las manías de los parientes, ésos a los que añoramos hasta que las navidades nos reúnen... Pero no, no hay mal que cien años dure y, una vez más, hemos sobrevivido. La primera noche pasada en mi cama, los músculos se iban distendiendo conforme uno sentía esos pequeños calambres que anuncian el gozoso regreso de la normalidad...

Se preguntarán ustedes por qué viajo en navidades, si me sienta tan rematadamente mal. Yo también me lo pregunto; mientras, sigo haciéndolo. Tal vez mi problema sea que –definitivamente– estoy mayor: soy alguien egoísta que tolera con tanta dificultad los incordios ajenos como la almohada que no es suya; por raída y aplastada que esté la almohada propia y por mucho y muy molesto que sea lo que uno incordia. También en esto se asemejan los viejos a los niños…

En tanto llegan las próximas fiestas, aprovechemos nuestras benditas rutinas. Feliz 2007. Última Hora.

17 diciembre 2006

El último servicio de Pinochet

Tras la muerte del exdictador, Mario Benedetti clama que “la muerte venció a la justicia”. No deja de ser cierto. Y, sin embargo, cierta parte de la historia revive. La memoria de Salvador Allende brilla hoy en los términos de su verdadera grandeza, no sólo en virtud de la comparación con el tirano. Millones de correos electrónicos han sido intercambiados estos días entre personas de todo el mundo con motivo del deceso. Aunque sea de forma pasajera, el compromiso de antaño ha resucitado y por doquier circulan felicitaciones, letras de Víctor Jara y de Sabina, vídeos de Allende, de Quilapayún, de Pablo Milanés (“Yo pisaré las calles nuevamente”)... El tráfico de documentos sobre Allende en YouTube ha aumentado espectacularmente; emociona escuchar su célebre discurso ante las Naciones Unidas: su estatura histórica, su honestidad y su clarividencia (su denuncia de los riesgos de la globalización, décadas antes de que este concepto se instalase entre nosotros) resplandecen aún más treinta años después.

También Pinochet pasa a la historia cargado de significado: quien con tanto éxito combatió por las armas al marxismo engruesa la nómina de los asesinos en masa. En el infierno de los carniceros compartirá caldera con Ceaucescu, con Pol Pot, con Francisco Franco: esos valientes que, armados hasta las cejas, arremetieron contra la población civil de las naciones que decían defender. Desprecio y reprobación infinitas recaen hoy sobre Pinochet; pero, además, la justicia seguirá actuando contra sus cómplices, contra los herederos de su infamia y de la fortuna que amasó matando. Se hará justicia. Entre tanto, desaparece de la escena el que era símbolo vivo de una época oprobiosa y su muerte sirve para enaltecer a sus víctimas. Chile y el mundo respiran aliviados. Última Hora.

11 diciembre 2006

Felicidades, Chile

Ayer, Día Internacional de los Derechos Humanos, parece que hemos podido confirmar la existencia de eso que, hace unos meses, a propósito de la muerte de Stroessner, llamábamos justicia poética. Mientras el alma podrida del tirano se pudre aún más en el infierno, mientras sus acólitos comprueban el desprecio infinito del mundo hacia su infame patrón, la letra de Pablo Milanés nos pone la carne de gallina. Mañana, habrá que seguir buscando responsabilidades; pero hoy, ¿quién necesita más que esto?

03 diciembre 2006

A por todas, por favor

Hay que alegrarse: por fin, la justicia va a meter mano a los sinvergüenzas que han estado enriqueciéndose a costa de los ciudadanos de Andratx. Sin embargo, algo me impide felicitarme por completo, y es la conciencia de que el caso ha llegado a los tribunales después de años o décadas de impunidad y ostentación, cuando ya a nadie le cabía duda alguna de lo que sucedía. En Cataluña es tristemente célebre el asunto del tres por ciento: en el mundo empresarial se tiene por cosa sabida que quien opta a determinados contratos en Barcelona ha de ir con el maletín por delante. En Ciempozuelos están imputados dos exalcaldes; pero es que, sobre chorizos, eran unos torpes: no se les ocurrió otra cosa que estipular el cobro de sus multimillonarias comisiones mediante contrato escrito, y encima usaron este documento como justificante de un ingreso en un banco andorrano.

Es natural y necesario que los fiscales no puedan actuar basándose en comidillas ni meras apariencias: que todo el mundo sepa lo que pasa –de esa manera en que la vox populi dice saber las cosas– no basta si el delito no se documenta con arreglo a las exigencias procesales. Pero ¿no tienen ustedes la impresión de que sólo caen los menos espabilados o los que, tras años de un lucro alucinante, perdieron el miedo y la vergüenza? ¿No creen que las penas que finalmente les son impuestas no alcanzan a castigar debidamente todos sus delitos? La creación de la Fiscalía Anticorrupción ha resultado un inmenso acierto; ahora hace falta incrementar sus recursos y permitir que actúe con mayor agilidad y contra los delincuentes más cautos. Porque Marbella y Andratx no nos parecen excepciones tan raras. Última Hora.