22 abril 2007

Inmoral

Si miramos bien todo lo que ha rodeado la designación de Maria de la Pau Janer como candidata del PP por decisión personal de Jaume Matas y las controvertidas declaraciones de la escritora y colaboradora de Última Hora contra el partido en cuyas listas se encuadra, no acertamos a ver dónde está el meollo. Para unos, el PP de Matas es moderado y tolerante, afortunadamente distinto a su cúpula nacional. Para otros, la inclusión en las listas de una catalanista que confiesa afinidad por Convergencia Democrática y menosprecia a Rajoy y al PP en general no es de recibo. Para unos, ella entra en la lista como independiente y, por tanto, es perfectamente libre de manifestar simpatías personales o colectivas. Para otros, no resulta muy conveniente postular como candidata y, probablemente, consejera de Cultura a alguien que no parece dispuesta a defender la política del partido y que, es más, la critica contundentemente a poco que le den pie.

Lo curioso de esto es que todo el mundo tiene razón en alguna medida, y que el debate en sí es –ya me dirán– absolutamente intrascendente. El hecho es, me temo, que esta señora, que cuenta en su haber con un par de premios literarios extremadamente importantes desde los puntos de vista económico y mediático, basa su popularidad y buena parte de su éxito como escritora y, ahora, como opinadora y política principalmente en su destacada presencia en los medios; y ello parece interesar sobremanera a Jaume Matas.

Mientras, ayer casi doscientas víctimas regaban con su sangre las calles de Bagdad y nadie pestañea. No, no pretendo hacer demagogia; es que me irrita tanta y tan soberana, mediática, identitaria, frívola, inmoral soplapollez. Última Hora.

08 abril 2007

Años oscuros

Me dice un amigo que no prodigue mis comentarios políticos. “Tú tienes tus reseñas de arte; el arte está por encima de todo eso”. Él, nada sospechoso de recelar de las libertades ni, en particular, de la de expresión, me habla desde el conocimiento y la experiencia. “No te conviene”, me asegura.

Parecen lejanos los tiempos en que dos españoles podían hablar de cualquier asunto desde posiciones políticas antagónicas, ceder a la vehemencia del debate y, a continuación, irse a tomar unas cervezas juntos, trabajar en la misma oficina, comprar el pan en la misma cola. Hoy, dirigir las simpatías hacia un partido supone un posicionamiento fatal: significa más contra quién me sitúo que a favor de qué ideas. Tal vez sea porque no nos quedan ideas y todo, al final, es una despreciable lucha por el poder. Ni siquiera se reconoce la buena fe: si uno piensa de una manera determinada es, a ojos de sus oponentes, porque es un descerebrado, en el mejor caso. En el peor, un cabrón con pintas. Y a alguien así no solamente no se le da la razón en el debate político, sino que se le cierran los círculos sociales, el acceso al trabajo, a la beca o a la subvención pública y, a la menor, se lo machaca en los medios de comunicación.

Sin embargo, le contesto a mi amigo, uno no sabe hacer otra cosa que opinar de aquello que le viene en gana y como le viene en gana. Sin renunciar al derecho de hacerlo ni a la determinación de no enfadarse con nadie. Pero me temo que mi amigo tiene razón y no me conviene. ¡País!, que diría Forges. Última Hora.