09 abril 2012

Es la hora de los valientes

No es que nos guste ponernos solemnes, ni que ignoremos las dificultades que supone un proceso de refundación del Estado como el que proponemos desde UPyD; es el caso que en algún momento hay que empezar a demostrar la voluntad de que los cambios sucedan. Anteayer hemos recordado nuestra propuesta de suprimir los consells insulares, y ayer la de fusionar los ayuntamientos pequeños, como medidas de reducción del déficit. Entendemos que el Govern Balear tiene mucho que decir aquí.

Nos dirán que los consells son entes muy queridos en las islas, pero de sentimientos no vamos a comer. Nos dirán que aproximan la administración al ciudadano, y es cierto, pero también lo es que facilitan la corrupción y entorpecen el ahorro; por no hablar del hecho de que contar con cuatro administraciones pseudoautonómicas, sumadas a la local, la autonómica, la nacional y la europea, en un conjunto que ronda el millón de habitantes -cuando hay ciudades en Europa que triplican esa población y se contentan con un simple ayuntamiento- es a todas luces un despilfarro intolerable. Nos dirán que suprimir los consells requiere reforma constitucional, y tendrán razón; pero alguien, en algún momento, tiene que abrir ese proceso, y mostrar voluntad de que sí desea reformas serias. Lo que no nos dirán es que en ese proceso los partidos se dejarían por el camino redes clientelares, cuotas de poder, intereses particulares.

Nos dirán que los municipios son también un nivel de la administración muy cercanamente identificado con el ciudadano; que prestan servicios desde la cercanía; que gozan de una tradición... Pero la tradición por sí sola nunca ha sido garantía de eficacia. El mapa municipal de España data del siglo XIX, deriva directamente de las parroquias decimonónicas y no tiene nada que ver con la realidad demográfica, económica o administrativa de la España de 2012. Está estudiado que el tamaño mínimo adecuado para una gestión local eficiente es el de los 20.000 habitantes. Nuestros alcaldes piden mancomunar servicios como la Policía local, pero sin que desparezca la administración local correspondiente... Es evidente que la prestación eficaz de los servicios y la economía de escala exigen la fusión de los ayuntamientos más pequeños, lo que no significa ni la desaparición de los núcleos de población ni la de sus bienes comunales, tradiciones o toponimia. Lo que no nos dicen es que si suprimimos concejalías y alcaldías los partidos políticos pierden cuota de poder y capacidad de adjudicar contratos a dedo.

Es la hora de los valientes. El ministro Montoro acaba de afirmar en una entrevista que “hay que revisar, reequilibrar y ordenar el Estado autonómico”. Pero esto no puede quedar en palabras. En un momento crítico de la historia de España son necesarias personas corajudas al frente de las instituciones. Necesitamos líderes que nos hablen de sacrificio, pero no precisamente de recortes en Sanidad o Educación para eludir la responsabilidad de eliminar el verdadero cáncer de nuestro país: las administraciones superfluas, el caos insensato de empresas públicas, el exceso de funcionarios. Es preciso pisar callos, renunciar al interés particular, olvidar el corto plazo electoral y mirar con ojos de estadista. Necesitamos visión de Estado.

Y desde las comunidades autónomas se puede hacer mucho. Los estadistas son necesarios en Madrid, pero también en las comunidades autónomas. El presidente Bauzá debe decidir si quiere ser un obstáculo más o prefiere ser recordado como uno de los hombres con visión de Estado que instaron al gobierno de la Nación, con sus ideas y su apoyo, a refundarlo. El President tiene la obligación de dar un paso al frente: puede reclamar el fin de los consells insulares y hacer uso de las competencias que la Ley de Bases del Régimen Local le otorga en materia de fusión de ayuntamientos. Puede tratar al ciudadano como a un adulto y tendrá el apoyo de la ciudadanía y, desde luego, el de UPyD.

O puede elegir ser una rémora más para la solución de la profunda crisis institucional que nos aqueja y nos hunde sin remedio en el marasmo económico. Puede seguir jugando al juego que le dicta la trasnochada troupe del nacionalismo sociológico, eludir los problemas de fondo, aplicar la lupa localista y seguir haciendo de la política un circo paleto. En ese caso no tendrá nuestro apoyo.