22 enero 2007

Algunas predicciones

Bush se aproxima al final de su segundo mandato. Nada tiene ya que perder, salvo la confianza de las empresas y los grupos de presión que lo llevaron a la Casa Blanca. No es de esperar por tanto que suavice sus posturas, sino más bien que exprima la fruta del poder hasta la última gota que pueda beneficiar a sus amigos los petroleros y los fabricantes de armas. Agotado su plazo, será el momento de un candidato demócrata con tirón personal, con una trayectoria profesional brillante, con un pasado muy próximo a la Casa Blanca, con virtudes públicas demostradas –entre ellas la lealtad, la flexibilidad y el sentido de la oportunidad– y con un rival debilitado por años de desgobierno republicano.

Varios de esos requisitos le fallaron a Al Gore en su día. Hace algo más de un año aposté a que este candidato sería Hillary Rodham Clinton; hoy sigo opinando lo mismo, pese a que le ha salido un rival muy notable, hasta el punto de que la que fue primera dama se ha visto obligada a hacer hueco a su candidatura (“I’m in”) después de que lo hiciera el senador por Illinois Barack Obama. Los medios americanos aluden a éste con el eufemismo con el que suelen eludir pronunciar la palabra “negro”, es decir, “afroamericano”; en este caso el término es muy adecuado, dado que, nacido en Hawaii, es de padre keniata y madre estadounidense.

Contertulios radiofónicos, columnistas y todo tipo de opinadores públicos se han apresurado a afirmar que “algo ha cambiado” en los Estados Unidos cuando las máximas esperanzas de los demócratas se cifran en el triunfo de una mujer, un negro o un hispano (también el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, de madre mexicana, ha entrado en competencia); pero yo prefiero relativizar este punto de vista. No hay que olvidar que, mientras a George Bush hijo le bastó con ser multimillonario y estar bien relacionado (además de amañar unas elecciones) para ser nombrado presidente dos veces seguidas, sin necesidad de exhibir un gran dominio de la lectoescritura ni tampoco de referirse a su color ni a su sexo, al senador Obama llegar hasta donde está le ha costado una brillantísima carrera académica (doctor en Derecho magna cum laude por la Universidad de Harvard), profesional y política, aderezada con unas dotes oratorias excepcionales y varios libros publicados y muy bien vendidos. Y encima es fotogénico. Si Bush reuniese una centésima parte de las virtudes del demócrata, ya habría ganado las guerras de Irak y Afganistán. Pero lo mismo se podría haber aplicado a Bill Clinton, a Bush padre, a Reagan, a Carter, a Ford, a Nixon y a la mayor parte de los anteriores presidentes de los Estados Unidos, muy pocos de los cuales justificarían el empleo del calificativo intelectual. A Obama ser presidente le saldrá mucho más caro que a todos ellos porque es negro, de tal modo que, si algún día llega a serlo, no dudo que su paso por la Casa Blanca supondrá una bendición para los ciudadanos norteamericanos y para todos nosotros.

Algo similar se puede predicar de Hillary Clinton, que reúne un sinfín de virtudes personales y profesionales –desde luego muchas más que su marido– que, no obstante, jamás la hubiesen situado en la escena pública con una perspectiva tan positiva como la que hoy tiene de ocupar la Casa Blanca de no haber acompañado previamente a su marido durante su mandato y haber demostrado mucha más entereza y mucho más sentido de estado que él en la crisis Lewinsky. Hoy, su trabajo como senadora por Nueva York la avala, pero sin el concurso de circunstancias tan especiales una mujer no habría conseguido asomar la cabeza en medio del tumulto de varones ambiciosos y adinerados que habitualmente aspiran al cargo. Así pues: sí, las cosas han cambiado; pero no tanto.

Hoy afino más mi apuesta: Clinton ganará a Obama la candidatura demócrata; pero si es inteligente, y creo que lo es en grado sumo, le pedirá que la acompañe en el tándem como aspirante a vicepresidente, y él aceptará. Juntos ilusionarán al electorado y juntos llegarán a la Casa Blanca. Hillary Clinton compondrá un magnífico equipo internacional con otras mujeres que han necesitado un talento y un carácter excepcionales para llegar al poder, como la admirable Merkel o, tal vez, Ségolène Royal. Barack Obama es joven, puede esperar ocho años para sucederla y su paso por la vicepresidencia distará mucho de ser ornamental. Y, tras el nefasto paso de Bush hijo por Washington, no es descabellado considerar que ocho años después el Partido Republicano todavía no habrá levantado cabeza. Entonces será el momento para que el primer presidente negro suceda a la primera presidente mujer. Periodista Digital.

No hay comentarios: