10 marzo 2014

Diez años basura

En vísperas del décimo aniversario del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, cabe que todos hagamos una reflexión sobre su significado y trascendencia, pero unos pocos tienen algo más: la obligación de rendir cuentas. En estos días hemos leído diversas interpretaciones. La de Pedro J. Ramírez, principal impulsor de la teoría conspiratoria en su etapa como director de El Mundo, no se desmarca del todo de ella y pone de manifiesto la falta de reflexión sobre las consecuencias sociales y políticas de un acontecimiento que él identifica como hito de un fin de época, similar al desastre de 1898 que, al contrario que en nuestro caso, sí analizaron los miembros de toda una generación literaria.

Casimiro García-Abadillo, hoy director del mismo medio, desde el cual alentó también la tesis de la autoría de ETA, consigue una salida airosa en una entrevista al juez Gómez Bermúdez en la que este cierra el caso sin hacer demasiada sangre contra el diario. Remata la jugada ayer en un artículo según el cual parecería que El Mundo nunca tuvo nada que ver con aquella interpretación.

José Antonio Zarzalejos deja fe de lo desafortunada de esta aventura política y periodística (y de su fobia por Pedro J. Ramírez) en su columna de El Confidencial. Hay que decir que tiene razón, y especialmente cuando cita a Irene Lozano en una frase de un artículo de 2007 en ABC a propósito de este caso: “¿Nos damos cuenta de cómo  envilece la vida pública el que la mentira no tenga consecuencias?

El editorial de ayer de El País, por su parte, titula “Reconstruir la unidad” una reflexión muy oportuna sobre la necesidad de dejar a un lado el partidismo en materia de terrorismo y, especialmente, en lo que toca a sus víctimas, y hace un llamamiento para restablecer el reconocimiento de todos los demócratas hacia sus conciudadanos, independientemente de su adscripción política y en un frente común contra los enemigos de la democracia.

España es, sí, un país bastante sectario, pero lo ha sido mucho más desde que, hace diez años, los líderes del Partido Popular creyeron poder prescindir del PSOE en la gestión de la crisis, porque creían que un crimen masivo de ETA a tres días de las elecciones les beneficiaría, y especularon mezquina, inmoralmente con los sentimientos de un pueblo cuando ya todo el mundo sabía que los autores del atentado eran fundamentalistas musulmanes; y desde que los líderes del PSOE, a su vez, en lugar de apretar las filas con el gobierno, propagaron entusiásticamente la opinión de que el gobierno mentía, porque igualmente pensaban que esa imagen –y la de un país salvajemente golpeado por el yihadismo como represalia por la participación de su gobierno en una guerra indeseada –les reportaría beneficios electorales. Tenían razón: las elecciones sufrieron un vuelco con respecto a las encuestas y desde entonces la política española se ha poblado de mediocres que explotaban convenientemente –para acusar o para lamentarse– las consecuencias de ese vuelco.

Me avergüenza profundamente el recuerdo de personajes como José María Aznar, Ángel Acebes, José Luis Rodríguez Zapatero o Alfredo Pérez Rubalcaba intentando sacar tajada electoral de aquellos días aciagos, en los que el terrorismo internacional no solo acabó con la vida de 192 inocentes, sino también con la moralidad en la política española. Es preciso pasar página. Los diez años sucedidos tras aquellos atentados han sido probablemente los de peor calidad democrática de las últimas décadas. Los líderes de los partidos grandes han chapoteado en numerosos escándalos sin miramientos porque, siguiendo la pauta del 11-M, su objetivo no ha sido nunca persuadir al ciudadano de la bondad propia, sino de la odiosa maldad congénita del contrario... Y eso lleva sistemáticamente al cuanto peor, mejor. Y eso es lo que hemos tenido: lo peor.

Aclaradas suficientemente las circunstancias del atentado, como explica Fernando Reinares en un libro de reciente aparición, es necesario superar el sectarismo, por el bien de los españoles y porque las circunstancias excepcionales que vivimos exigen líderes excepcionales. Hasta ahora no hemos tenido suerte; ojalá el 11-M de 2014 sirva para hacer la reflexión necesaria y dar paso a una nueva etapa de regeneración democrática y de política como servicio. mallorcadiario.com.


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