19 octubre 2000

Conquistar a Bethencourt

De paseo por Puerto de la Peña, Vega de Río Palmas y Betancuria, es imposible no sentir en la nuca el hálito de la Historia. El viajero no puede sino imaginar los primeros días de la dominación española, llevada a cabo en este caso por sorprendidos caballeros franceses, descendientes de los guerreros nórdicos que hasta el siglo XI habían aterrorizado a los habitantes de todas las costas de Europa. A principios del siglo XV, Jean de Bethencourt ganaba para el rey de Castilla Fuerteventura, a cuya primera capital había de dar nombre con el suyo. Muchos siglos después, miles de canarios e hispanoamericanos descendientes de canarios aún llevan su apellido: Bethencourt, Betancur. Él y otros como él fueron los fundadores de un tramo irrenunciable de nuestra historia.

Imagino al corsario francés recién llegado de la verde Normandía, plantado en lo alto del Morro de la Cruz y boquiabierto, contemplando el hermoso espectáculo que ofrecen la mitad norte de la Isla y lo que el buen tiempo permite ver de Lanzarote. Lo imagino dispuesto a disfrutar de la tranquilidad del feraz valle de Betancuria; a retirarse como soldado viejo y dedicarse, nuevo Diocleciano, al cultivo de su huerto. Lo quiero imaginar humano, sencillo, cansado de la sangre. Me gusta verlo como el precursor de esos nórdicos inofensivos que también invaden la Isla con el solo afán de disfrutarla...

Pero he visto a la mayoría de esos turistas nórdicos habitar hoteles en los que la gastronomía es sustituida por la pitanza rápida y al gusto europeo, sin mucho interés por compartir nada que no tengan ya en casa. He visto a una respetable señora rubia visitar Ajuí y llevarse de Caleta Negra, como estúpido souvenir, fragmentos de una roca que llevaba allí, sin molestar a nadie, la fruslería de cien millones de años. He podido ver a algunos ensuciar, consumir, trivializar. A otros los he visto comprender.

Es posible que Bethencourt también comprendiese lo que, movido por su afán de lucro, conquistaba. Que para él los aborígenes que colaboraban con los suyos no fueran únicamente objetos utilizables, ni sus tierras tan sólo un fácil botín de guerra. Quizá Bethencourt, a su manera, apreciase o respetase aquella cultura que estaba destruyendo. Espero que esta sensibilidad satisficiera de alguna forma a los majoreros por él sometidos y esclavizados.
De alguna forma hemos de encontrar el elemento que, en este nuevo tramo de historia majorera que se inaugura, nos satisfaga. Parece inevitable que, en el plazo de no demasiados años, la mitad de nuestros paisanos se apelliden Hoffmann, Müller o Williams. Busquemos un mestizaje razonable que nos complete económica y espiritualmente. No nos dejemos conquistar, sin más, por el afán de lucro de ellos, que es el nuestro. Invitemos a Bethencourt a compartir nuestra casa y conquistemos al invasor. Canarias 7 Fuerteventura.

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